¡Hay que tener los pies en el suelo!. Así se suele aseverar cuando se quiere reafirmar el pragmatismo cartesiano y la tridimensional objetividad, cuando sin más dilación se procura que alguien descienda desde el ático de la imaginación, la fantasía, la utopía, el idealismo, la filosofía, la espiritualidad, para restablecer así el seguro caminar horizontal a ras del suelo, en busca (se dice) de la seguridad telúrica que nos oferta la vida cómoda, segura y alejada de las nubes vaporosas de las ideas que atisban horizontes lejanos de 360º.
El peso del materialismo cultivado durante toda esta era de revolución industrial y tecnológica, ha inclinado el eje de muchas miradas hacia el suelo, y en no pocos sentidos. Agachar la mirada es sinónimo de vergüenza, de la mentira que busca escondite, la que se oculta de la Luz de la Verdad. La cabeza agachada simboliza el desplome de nuestra Dignidad por debajo incluso del nivel del suelo. El que camina con mirada perdida entre losas de acerado, alcantarillas y chicles escupidos, se sumerge en el sueño enrejado de sus problemas y miserias personales.
Pongamos la mirada en posición horizontal, elijamos cualquiera de las pistas de despegue que llevan por nombre Alegría, Amor, Fraternidad, Compasión, Felicidad, etc. Ahora encendamos los motores de nuestro Corazón y nuestra Cabeza, con el combustible que nos asegura la Esperanza y el Compromiso, y aceleremos el paso, levantemos la mirada grado a grado cambiando el gris del acerado por el azul del cielo… y a volar, a emprender un viaje que olvide suelas desgastadas y aporte descanso a nuestros doloridos pies, a viajar por constelaciones y estrellas que no son más que la Luz cristalizada de nuestras virtudes y posibilidades internas, en busca del Sol que cada uno llevamos dentro…
Nuestra cultura, educación y tradiciones nos han encorvado nuestras espaldas, pues nos hemos echado sobre éstas además de todos nuestros propios problemas, un sin fin de complejos, supersticiones, temores y que dirán. Es hora de soltar este lastre para enderezar nuestra columna vertebral, colocando en nuestros hombros dos blancas alas que crecen con el propio deseo de volar. Al igual que la metamorfosis milagrosa que experimenta la crisálida (del griego χρυσος, chrysos, «oro»), podremos volar y volver al suelo si queremos, pero ya sin arrastrarnos por el mismo.
Cuando se aprende a volar, también se aprende a aterrizar. Esto supone un despertar de Conciencia y una conquista de Libertad y Equilibrio, ya que aprendemos a tener los pies en el suelo y la cabeza en el Cielo.
Francisco Pérez Paulete.
Tanto el optimismo como el pesimismo en un individuo normal, son un estado de ánimo vinculado forzosamente y en todo momento a factores exógenos. El objeto responsable de nuestro optimismo o pesimismo está fuera de nosotros. Si ese objeto es el amor que se siente por la mujer amada, la causa está fuera de nosotros, lo mismo que la creencia en Dios. Si se es optimista ante el mundo, a pesar y todo de que éste sea adverso para el resto, basta que éste a ojos de quien hace el juicio aparezca como algo admirable y único. Pero el mundo está fuera de cada uno de nosotros. No obstante, en ese individuo puede haber una marcada predisposición (endógena) a inclinarse a un lado u otro, en cuyo caso hay que remitirse a la ciencia médica en busca de una explicación que defina el fenómeno. Un pesimista patológico, encontrará siempre razones para rechazar incluso una gran fortuna aunque sea pobre de solemnidad, por creer que lejos de procurarle felicidad le acarrearía desgracias sin fin.
ResponderEliminarEn la felicidad y la infelicidad, están compendiadas todas las razones externas que conmoverán al optimista y al pesimista. Un prolongado tiempo en la cola del paro en busca de un trabajo para solucionar el hambre de su familia, es algo que a la fuerza hace inclinar la cerviz por el peso del infortunio. También la timidez, la conciencia oscura, la falta de espíritu luchador y otras de las muchas causas que existen, son las responsables de que un ser humano agache la cabeza. Para ser optimistas los vientos han de ser mínimamente favorables, ver en el horizonte oscuro del porvenir de cada cual, una luz de esperanza. Cuando se es joven se puede intentar comerse el mundo, y con ese espíritu el optimista acomete las más arriesgadas empresas, máxime cuando la vida le trató bien, pero en el caso de que ésta en esa juventud le hubiera dado ya una gran paliza tras otra y así hasta perder los bríos de la fogosa edad temprana, podemos ver ahí un pesimista, uno más de los muchos que van por el mundo con la cabeza inclinada…
Rafael Rasco.