martes, 30 de agosto de 2011

Los pies en el suelo y la cabeza en el Cielo


¡Hay que tener los pies en el suelo!. Así se suele aseverar cuando se quiere reafirmar el pragmatismo cartesiano y la tridimensional objetividad, cuando sin más dilación se procura que alguien descienda desde el ático de la imaginación, la fantasía, la utopía, el idealismo, la filosofía, la espiritualidad, para restablecer así el seguro caminar horizontal a ras del suelo, en busca (se dice) de la seguridad telúrica que nos oferta la vida cómoda, segura y alejada de las nubes vaporosas de las ideas que atisban horizontes lejanos de 360º.
El peso del materialismo cultivado durante toda esta era de revolución industrial y tecnológica, ha inclinado el eje de muchas miradas hacia el suelo, y en no pocos sentidos. Agachar la mirada es sinónimo de vergüenza, de la mentira que busca escondite, la que se oculta de la Luz de la Verdad. La cabeza agachada simboliza el desplome de nuestra Dignidad por debajo incluso del nivel del suelo. El que camina con mirada perdida entre losas de acerado, alcantarillas y chicles escupidos, se sumerge en el sueño enrejado de sus problemas y miserias personales.
Pongamos la mirada en posición horizontal, elijamos cualquiera de las pistas de despegue que llevan por nombre Alegría, Amor, Fraternidad, Compasión, Felicidad, etc. Ahora encendamos los motores de nuestro Corazón y nuestra Cabeza, con el combustible que nos asegura la Esperanza y el Compromiso, y aceleremos el paso, levantemos la mirada grado a grado cambiando el gris del acerado por el azul del cielo… y a volar, a emprender un viaje que olvide suelas desgastadas y aporte descanso a nuestros doloridos pies, a viajar por constelaciones y estrellas que no son más que la Luz cristalizada de nuestras virtudes y posibilidades internas, en busca del Sol que cada uno llevamos dentro…
Nuestra cultura, educación y tradiciones nos han encorvado nuestras espaldas, pues nos hemos echado sobre éstas además de todos nuestros propios problemas, un sin fin de complejos, supersticiones, temores y que dirán. Es hora de soltar este lastre para enderezar nuestra columna vertebral, colocando en nuestros hombros dos blancas alas que crecen con el propio deseo de volar. Al igual que la metamorfosis milagrosa que experimenta la crisálida (del griego χρυσος, chrysos, «oro»), podremos volar y volver al suelo si queremos, pero ya sin arrastrarnos por el mismo.
Cuando se aprende a volar, también se aprende a aterrizar. Esto supone un despertar de Conciencia y una conquista de Libertad y Equilibrio, ya que aprendemos a tener los pies en el suelo y la cabeza en el Cielo.
Francisco Pérez Paulete.

viernes, 12 de agosto de 2011

El Hijo Pródigo o cuando la parte se escinde del Todo


Decía Hermes Trismegisto como es arriba es abajo, como es abajo es arriba… Y es que cualquier sistema conforma un Todo compuesto de partes, de subsistemas que trabajan por y para esa Totalidad o Unidad. En este caso, la Sabiduría Perenne de la Humanidad, a través del Maestro Trismegisto, corrobora que tanto átomos, como microorganismos, plantas, animales, seres humanos, planetas, sistemas solares, galaxias, cúmulos galácticos, etc., están todos sujetos a este principio universal de partes que conforman una unidad o sistema superior, todos interrelacionados como las piezas de un sofisticado reloj, un maravilloso Reloj Cósmico que deja como absurda la teoría de que el Universo es producto de la casualidad.

Hace algunos años, estudiando un manual básico de Biología, me maravillaba de ese orden oculto dentro del desorden aparente. Sin ánimo de exasperar ni ofender a la ortodoxia científica, me atrevo a afirmar que una de las mejores evidencias de un Orden Inteligente Universal, de una Inteligencia Omniabarcante que muchos dieron en llamar Dios, nos la ofrece precisamente la Biología.

Es maravillo ver como los átomos se asocian unos con otros formando moléculas diferentes. Un átomo puede ceder, captar e incluso compartir electrones con otro átomo… pura asociación en aras de un Bien Común. ¿No vemos acaso una asombrosa semejanza entre la dinámica de los átomos con la de los sistemas solares?.

Y es que la Biología no es la única rama de la Ciencia que prueba la existencia de un Orden Superior Universal. Precisamente la Astronomía aporta otro hermoso testimonio a escala telescópica, al igual que a una escala microscópica lo aporta, aparte de la Biología, la Química, por mencionar otro ejemplo.

Nuestra sociedad moderna, olvidó este Conocimiento Esencial y Ancestral, seducida por intereses separatistas, alienantes intereses que así sembraron la enfermedad y los conflictos sociales, económicos y religiosos… Incluso nuestros sistemas educativos y pedagógicos se apartaron de esa ancestral y perenne Sabiduría Universal, estudiando en nuestras escuelas, institutos y universidades las piezas del puzle que conforma el Conocimiento y el Cosmos por separado, olvidando que esas piezas tienen sentido cuando se engarzan unas con otras, para ver así la imagen total que conforman todas unidas…

Al respecto de todo esto, existe una parábola del Maestro Jesús que siempre me ha conmovido, y que ilustra esta escisión o alienación de las partes sobre el Todo. Se trata de la parábola del Hijo Pródigo. Muchas personas e instituciones religiosas, se empeñan en interpretar las parábolas y los textos sagrados en general, desde una perspectiva exclusivamente horizontal y exotérica, llevándola así tan solo al plano personal, familiar y social. Las parábolas hablan sobre Leyes Universales, y deberían ser leídas (al menos hoy día) desde otra perspectiva más interna, transpersonal y esotérica. Por eso decía Jesús que quien tenga ojos para ver que vea, y oídos para oir que oiga, o en otro versículo aquello de que no hay nada oculto que no deba ser manifestado

Todos somos en alguna medida Hijos Pródigos, porque la inmensa mayoría nos hemos ido, decidimos marcharnos para emprender un camino tan incierto como legítimo, libre y llamado a ser provechoso. El error entonces no está en decidir salir de La Fuente, de la Casa del Padre, sino en negarla, rechazarla, ignorarla, detestarla… olvidarla. El error está en que podemos dilapidar todos nuestros recursos y energías personales, ya sean materiales, psicológicos o espirituales, siendo el riesgo de que al final no nos queden fuerzas para ver y comprender en que nos hemos convertido…

El Padre no impide al Hijo Pródigo que se marche, sabedor de la libertad intrínseca de sus hijos, sabedor de que saborear la aventura de la Vida es lo que reporta la Sabiduría, el propio hacerse. Esta autoelaboración a la que nos sometemos es el gran reto de nuestras existencias, pero exige la creación de un Centro de Gravedad, lo que Gurdjieff llamaba Conciencia de sí, con un Trabajo Interno que nos permita salir, pero volver seguros y con más recursos que cuando nos fuimos… Este es el mensaje de la Muerte y Renacimiento en la Cruz, de la Alquimia y otras tantas tradiciones y filosofías perennes basadas en la Regeneración.

También hay que decir que existen personas e instituciones interesadas en que los Hijos Pródigos olviden su origen y el camino de regreso a casa. Son poderes establecidos nada luminosos, a los que les interesan crear esclavos hipnotizados y durmientes: esas personas que deambulan como hormigas de un lado para otro de las ciudades, empujadas por la seducción del individualismo que ansía el ascenso y el éxito personal, que sueñan con que un número comprado en una esquina les retiren definitivamente del tortuoso y condenado trabajo, esos Hijos Pródigos van y vuelven del trabajo con la mirada perdida en su interno y eterno lio psicológico... Para ese humano escindido su compromiso con el Bien Común no se extiende más allá del escalón de su casa, (cuya hipoteca le trae de cabeza), no va más allá de su familia biológica o la que consiguió formar con el paso de los años…

En la parábola, el Hijo Pródigo no tiene un mal final. Dios, la Inteligencia Universal, el Orden Cósmico o como lo queramos llamar, siempre tiene una puerta abierta para la reconciliación con la Fuente, con la Salud, con la Sabiduría, con la Conciencia, lo que en definitiva no supone otra cosa que encontrarnos a nosotros mismos desde la Dignidad, aunque casi siempre tengamos que seguir el itinerario del Ave Fénix.
Francisco Pérez Paulete.
Angelic Love de Robert Haig Coxon